Los años chaqueteros v2.0



Corríamos hacia el portón, uno por uno para evitar sospechas, el último que se quedaba era escogido al azar, era el que corría más riesgo, su función era avisar si venia algún maestro o peor aun el prefecto, ese hijito de la chingada que disfrutaba mucho poniendo castigo a todo aquel que se portara mal y no obedecía las reglas, recuerdo una vez cuando nos puso a lavar los baños, a esa edad y más en la secundaria era lo peor que te podía pasar, bueno, más bien la segunda ofensa más grande que te podía pasar, claro, después de que tu mama vaya a la escuela se meta a tu salón y se le ocurra hablar de religión, esto todavía no nos había pasado solo a nuestro cuate axila que después contare sus choco aventuras, nuestras mamacitas santas todavía no llegaban a ese grado, se presentaban cuando era entrega de boleta el cual sufrían mucho e iban con cierto miedo, una por que no querían saber nuestras grandiosas calificaciones y otra por que los pinches maestros hacían catarsis al contar todo el desmadrito que hacían sus ilustres hijos, a veces evitábamos esa pena a nuestros padres, como hijos buenos y consientes del daño emocional que esto les ocasionaba no les avisábamos de las dichosas juntas, después falsificábamos las firmas para que nos pudieran entregar las boletas, desde entonces ya éramos buenos samaritanos.

La única vez que “lavamos” un baño fue porque al wey de Emanuel se le ocurrió jugar base ball, esto se puede tomar como buena idea, por ser una actividad sana, pero proviniendo de este cabron que era bien vándalo creo que no lo era, su grandiosa idea de jugar base ball no era en la cancha lo cual iba a ser más extraño porque en la secundaria pinchurienta no contaba con cancha de base ball mucho menos con el equipo necesario para este deporte, a falta de equipo y de cancha su grandiosa idea era usar el salón como cancha, la verdad que era buena idea, solo que el pinche altar que se encontraba casi en el centro del salón nos reducía el espacio para jugar, otra idea más brillante surgió en ese momento, con todo el sarcasmo dije: y si movemos el altar, lejos de las patadas que acostumbrábamos dar por decir una mamada y media el cual ya me lo esperaba, mi comentario les pareció bueno, sin pensarlo ahí estábamos los cuatro pubertos empujando un pinche altar lleno de hoyas con comida, agua y una que otra fruta, debo reconocer que la idea era buena, de verdad que sí, todo iba bien hasta que Edgar no aguanto el peso y dejo caer todo, solo se escucho unas cuantas hoyas romperse, frutas cayendo al piso, y un sonoro no mames que fue dicho en coro, después de todo este wey no tenía la culpa de haber soltado la mesa donde estaba parte del altar, era de esperarse al cargar con un solo brazo ya que el otro lo tenía con yeso por darse en la madre cuando se le atravesó un poste, ese día del accidente con el poste estuvo bien cagado, después de llevarlo al hospital y del susto al ver el brazo de Edgar todo doblado no parábamos de reírnos por el santo madrazo que se llevo, pero esa es otra historia.


Medorio.



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